Cualquiera que recorra los lugares más turísticos de Estambul no dejará de notar la presencia, discreta pero ubicua, de ciertas inscripciones antiguas en caracteres arábigos. Si se pregunta a alguien del lugar lo más probable es que nos indiquen que están escritas en otomano, una lengua antigua que hoy muy poca gente sabe leer.
¿Pero qué extraña lengua es esa, el «otomano»? ¿Es una lengua distinta del turco? ¿Desapareció repentinamente cuando se desmanteló el Imperio otomano o sobrevive de alguna forma en el s.XXI? En esta entrada y en otras posteriores intentaremos arrojar algo de luz sobre estas cuestiones.
Un imperio multilingüe
La presencia turca en Asia Menor arranca a finales del s.XI con las victorias selyúcidas sobre el Imperio Bizantino. Por turcos entendemos en ese momento a gentes que hablaban una variedad lingüística de la familia túrquica. Se calcula que en los cincuenta años posteriores a la batalla de Manzikert (1071) más de un millón de turcos emigraron a la península Anatolia desde el Cáucaso y Asia Central. Los recién llegados traían consigo su lengua y su religión musulmana, y en pocos siglos dieron un vuelco demográfico a lo que hasta entonces habían sido territorios de mayoría helena y armenia.
El Imperio otomano surgió de las cenizas del gran reino selyúcida de Rum, y debe su nombre a la dinastía fundada por Osmán I, un gobernante que vivió entre los siglos XIII y XIV. Este imperio de Osmán se expandió por un extenso territorio en el que junto a los turcos vivían importantes comunidades de hablantes de muchas otras lenguas, algunas de las cuales, como el griego, el árabe, el armenio o el persa, disponían de variedades escritas de gran prestigio y larga historia, en ocasiones asociadas a usos litúrgicos. Otras, como el kurdo o el albanés carecían de norma escrita a pesar de que sus hablantes eran muy numerosos.
El turco por su parte contaba con cierta tradición escrita en alfabeto árabe, sobre todo de obras de divulgación religiosa. Los selyúcidas habían usado el persa como lengua oficial, pero el Imperio otomano optó desde un primer por el turco para tal fin. Bien es cierto que lo que hoy entendemos por lengua oficial es tal vez algo diferente a lo que se entendía en la Anatolia del s.XV. En realidad el Estado rara vez producía textos escritos en una sola lengua, y aunque el turco fuese la lengua principal en la cancillería el peso del árabe y el persa sobre la cultura escrita era apabullante. El árabe dominaba principalmente en los ámbitos de la religión y el Derecho, y el persa en los de la literatura y la historiografía.
Además, a pesar de ser lengua oficial, el turco siguió considerándose durante bastante tiempo como demasiado tosco para las sutilezas del pensamiento filosófico o de la expresión artística. Los autores que elegían escribir en turco sobre estos temas se veían obligados a justificar su decisión en los preámbulos de sus obras, e incluso a pedir perdón por ello; un fenómeno no muy diferente a lo que por esas mismas fechas sucedía en el reino de Castilla, donde grandes escritores también juzgaban al castellano como impropio frente al latín*.
Por otra parte, la presión del árabe y del persa no se limitaba al propio uso del alfabeto perso-arábigo, del que hablaremos en una próxima entrada. También se dejaba sentir en la adopción indiscriminada de palabras de esas lenguas a expensas de los correspondientes vocablos de origen turco. Este influjo perso-arábigo fue haciéndose cada vez mayor a medida que la expansión del imperio reducía la proporción total de turcos en el conjunto de la población, y sobre todo a partir de que el sultán otomano se erigiese en indiscutible califa, es decir, en líder de toda la comunidad musulmana mundial, que como sabemos tenía el árabe como lengua sagrada. Algunos lingüistas señalan que a finales del s. XV, los términos de raíz turca eran ya una minoría en los textos de la corte otomana.
Una lengua oficial muy rebuscada
Entonces, si las palabras de origen turco eran minoría en los textos de la corte otomana, ¿en qué lengua estaban escritos esos textos realmente? Lo cierto es que desde finales del siglo XV el turco que se escribía en el Imperio otomano fue haciéndose cada vez más elaborado, más «ornamentado», y aunque los textos seguían basándose en la gramática turca, presentaban algunas características radicalmente distintas de las de la lengua hablada, debidas principalmente a la abrumadora presencia de elementos árabes y persas. En cierto modo la lengua oficial se había ido «dignificando» a ojos de las gentes de letras, pero a base de asimilar una gran cantidad de rasgos que, aunque ajenos, eran considerados más prestigiosos. De tal forma que en el siglo XVI ya nadie pedía perdón por no escribir en árabe o persa. En palabras de la turcóloga Eva Csáto, a partir de ese momento estamos ante una nueva lengua imperial que representaba «la esencia del imperio y las aspiraciones de su dinastía». En un mundo donde los letrados se educaban principalmente en árabe y persa, en principio cualquier palabra de estas lenguas era susceptible de ser empleada en un texto otomano. El historiador Hadidi escribió a principios del s.XVI su historia de la dinastía otomana en una lengua turca relativamente libre de arabismos… pero los títulos de los capítulos estaban solo en persa. Tanto en los textos administrativos como en la poesía culta, podían aparecer frases e incluso párrafos escritos enteramente en árabe o en persa. A veces la única forma de saber que se estaba ante un texto otomano era la presencia de las minúsculas partículas gramaticales turcas -dir («es») o -di («era, fue»).
Además, la influencia de estas lenguas no se limitaba al vocabulario. Algunos de los rasgos más característicos de la gramática árabe y persa también se incorporaban de manera sistemática a la lengua escrita otomana. Debemos recordar que árabe, persa y turco pertenecen a tres familias lingüísticas distintas (semítica, indoeuropea y túrquica respectivamente), y por lo tanto algunas de las peculiaridades sintácticas y morfológicas de la lengua otomana escrita eran muy extrañas a la gramática turca.
Un ejemplo de esto lo constituyen los plurales. En turco, el plural es una categoría gramatical que no se emplea con tanta profusión como en otras lenguas, y presenta una formación relativamente sencilla: basta con añadir el sufijo –lar (o a veces –ler) a la palabra.
ev («casa») – evler («casas»)
Se trata de un procedimiento común a todas las lenguas túrquicas (tuvimos ocasión de verlo al tratar del kazajo y del azerí), y que prácticamente no conoce excepciones. El árabe sin embargo presenta una morfología muy diferente, y en concreto la formación de los plurales se guía por unas reglas mucho más complejas y trufadas de irregularidades. Pues bien, la lengua escrita otomana incorporaba los plurales tal y como existían en árabe, incluso los irregulares más extraños a los usos turcos. Podemos hacernos una vaga idea de lo que significan estas reglas si pensamos en los manuales de estilo que aún hoy nos instan a usar en español las palabras «referenda» o «desiderata» (formas latinas) como plurales de «referéndum» y «desiderátum», si bien en la lengua del imperio otomano estas formas irregulares eran mucho más numerosas, y como vemos en los siguientes ejemplos, también más complejas.
s. veled (hijo) ⇒ pl. evlad (hijos, descendencia)
s. kalb (corazón) ⇒ pl. kulub (corazones)
s. libas (prenda de vestir) ⇒ pl. elbise (prendas, ropa)
s. karib (persona cercana) ⇒ pl. akraba (seres queridos, parientes)
En la lengua hablada, algunos de estos plurales árabes eran luego interpretados como singulares, y sobre ellos se podía formar un nuevo plural, esta vez sí, con el sufijo -lar/-ler de origen turco.
nuevo sing. akraba (pariente) ⇒ plural akrabalar (seres queridos, parientes)
nuevo sing. elbise (prenda) ⇒ plural elbiseler (prendas)
Esta reinterpretación como singulares de los préstamos en plural de otra lengua es un fenómeno muy común**, sin embargo en la lengua escrita otomana se consideraba erróneo y y su uso estaba proscrito.
Otro elemento gramatical muy característico de la lengua escrita en el imperio otomano provenía del persa, lengua a través de la cual llegaban también muchos arabismos como vimos en otra entrada. En turco, como en inglés, los adjetivos preceden siempre a los sustantivos. El persa en cambio, como el español, sitúa el adjetivo tras el nombre, pero intercala entre ambos una partícula -i-, denominada izafet. Así con las palabras şair («poeta») y meşhur («famoso»), comunes a las dos lenguas, el turco dirá meşhur şair («poeta famoso»), mientras que el persa formula la misma frase como şair-i meşhur, es decir al revés y con la partícula izafet intercalada. Este procedimiento, completamente extraño a los usos del turco hablado, se hizo obligatorio en la lengua otomana escrita, y se empleaba también para relacionar dos sustantivos como en los siguientes ejemplos:
– Vilayet-i islam («tierra del Islam»)
– Latife-i Hoca Nasreddin («una historia del maestro Nasreddin«)
Para complicar el asunto, las normas del otomano exigían que las palabras de origen turco se combinasen con procedimientos gramaticales turcos, las de origen persa, con procedimientos turcos o persas; y las de origen árabe, dependiendo del contexto, podían combinarse con elementos gramaticales árabes, turcos o persas. Por si fuera poco, la lengua oficial prescindía casi siempre de algunos elementos muy comunes y útiles del turco popular hablado que no existen ni en árabe ni en persa, como es el caso del gerundivo en -ip. Para hacernos una idea de lo alambicado del sistema, todavía en 1907 un manual de conversación otomano-inglés publicado en Estambul se vio obligado a dedicar aproximadamente el 40% por ciento de su extensión a explicar la gramática del árabe y del persa.
Un ejemplo que resume a la perfección lo complejo del sistema es el que nos brinda la formulación del término «Ciencias naturales»: en primer lugar la palabra de origen árabe ilim ‘ciencia, conocimiento’ formaría su plural, según la gramática turca, simplemente añadiendo el sufijo -ler: ilimler. Sin embargo las reglas de la lengua oficial exigían usar el plural árabe, ulûm, ‘ciencias’, completamente extraño a la gramática turca. Por su parte, el adjetivo «natural» también se había tomado del árabe: tabii. Según la gramática turca este adjetivo iría antepuesto al nombre y no cambiaría en función de género ni de número, pero las reglas de la lengua oficial exigían que tomase el morfema de género (categoría desconocida en turco): tabiiye, en femenino, y que se situase pospuesto al nombre y a la particula persa -i. De modo que lo que de acuerdo a las reglas del turco podría formularse como tabii ilimler (expresión acorde a la gramática turca incluso siendo ambas palabras préstamos del árabe), la lengua oficial otomana exigía que se dijese ulûm-i tabiiye***.
En estas circunstancias no es de extrañar que se percibiese una distancia importante entre la lengua de los documentos estatales y oficiales y la lengua popular, una distancia que durante mucho tiempo las autoridades no mostraron ningún interés en salvar, ni a través de planes de educación de masas, ni mediante la simplificación del propio código lingüístico, pues entre otras cosas su dominio constituía la prerrogativa de una clase cerrada de hombres de letras. Benedict Anderson llamó a esta lengua áulica en su famosa obra «oficialés dinástico», y para el académico turco Fahir Iz era un «rompecabezas» que solo la élite educada era capaz de descifrar.
Según señalaba a principios del s.XX el escritor Ziya Gökalp, destacado impulsor de la reforma del turco, la brecha lingüística entre el habla popular y la variedad culta de la lengua, hacía de esta última un artefacto tan ininteligible para el campesino o para el urbanita medio como lo podía ser el latín medieval para los europeos de la época. Esta brecha llegó a ser también un elemento recurrente del humor otomano a lo largo de los siglos y un ingrediente más para la sátira social, como sucedía por ejemplo en el teatro de sombras turco, donde el personaje principal, Karagöz, encarnaba al hombre sencillo que empleaba la lengua del pueblo, mientras que su compañero Hacivat, representante de los estratos cultos de la sociedad, se expresa de una forma muy literaria, lo cual daba lugar a infinidad de situaciones cómicas.
Aunque, como veremos en próximas entradas, el desarrollo de la prensa escrita contribuyó en cierto modo a la reforma y a la simplificación de la lengua turca, las principales cabeceras también empleaban esta lengua oficial tan afectada. Para el poeta Mehmet Akif, a principios del s.XX, muchas crónicas periodísticas se leían como si fueran «fórmulas religiosas», una sensación que se reflejaba también en un celebrado chiste de la época:
– Un anciano clérigo de aspecto severo, larga barba y turbante entra a comprar cordero en una carnicería, pero se expresa en un lenguaje tan lleno de arcaísmos y arabismos que sume al joven dependiente en total desconcierto.
‘Ey sâgird-i kassâb, lafom-i ganemden bir kıyye bilvezin bana eitä eyler misin?’
«Oh, neófito matarife, ¿me hacéis la merced de dispensarme un cuarto de arrelde de carne dorsal de ovina res?»
A lo que el perplejo empleado sólo acierta a responder: «¡Amén!»
¿Otomano o turco?
Llegados a este punto puede que sigamos con las misma duda que al principio, ¿son el otomano y el turco la misma lengua? Modernamente ha sido frecuente contraponer ambas denominaciones. Otomano sería esta lengua «artificial» y palaciega a la que nos hemos referido hasta ahora, escrita en caracteres árabes y llena de palabras y expresiones árabes y persas. Turco, en cambio, sería la lengua oficial en la moderna República de Turquía, fruto de la profunda reforma que la dotó de un alfabeto latino y la «depuró» de palabras extranjeras. Esta distinción, frecuente incluso en Turquía, enmascara sin embargo una realidad algo más compleja.
En primer lugar, hasta el s.XIX los propios letrados otomanos no solían hacer demasiadas referencias al nombre de la lengua que empleaban, pero cuando lo hacían, se referían a ella inequívocamente como «lengua turca» o sin más «turco» (lisan-i turkî o türkçe).
Algunos tratados de estilística distinguían entre los estilos «vulgar», «medio» y «elocuente» (kaba, orta y fasih), que se diferenciaban básicamente por el número de elementos árabes y persas que contuvieran. El estilo elocuente, el propio de los documentos imperiales y de la poesía de diván, caracterizaba lo que la moderna sociolingüística considera una «variedad alta», es decir, aquella variedad lingüística propia de las situaciones formales y de gran distancia comunicativa, pero estos estilos, independientemente de que estuvieran más o menos arabizados y persianizados, se consideraban como registros diferentes de la misma lengua.
De hecho, los otros dos estilos también aparecen ocasionalmente reflejados en la documentación, sobre todo en la literatura mística, en los textos educativos dirigidos a los jenízaros, o en otras obras de liturgia o incluso lírica popular, como es el caso del poeta Edirneli Nazmi. Estas obras muestran un nivel de lengua más próximo al turco hablado, y ponen de manifiesto que, lejos de estar ante dos lenguas completamente distintas, existía un continuum entre la lengua más elaborada de la corte y la poesía culta por una parte, y la lengua hablada, por la otra. Además en esta última también habían penetrado infinidad de arabismos y persianismos, incluso en la gramática (como el pronombre persa ki) y en el léxico más cotidiano. Por ejemplo ya desde muy temprano el persianismo ateş (recordemos, cognado de algunas palabras españolas) había reemplazado en la lengua popular a od, la palabra patrimonial turca para «fuego».
Algunos autores prefieren hablar, en lo que se refiere a la cultura escrita, de tres tradiciones textuales muy diferentes que se subsumen y se entrecruzan bajo la denominación de «otomano»: la tradición burocrática de los funcionarios imperiales, la mística de las órdenes sufíes y la jurídica de los ulemas, cada una de ellas con sus convenciones estilísticas y sus vocabularios propios, con mayor o menor presencia de elementos turcos, árabes o persas. El resultado es una enorme variación lingüística que, dependiendo de la fecha y el objeto de la composición, podía presentar desde textos perfectamente comprensibles para un turco del s.XXI, a otros redactados enteramente en árabe en los que el único signo de estar ante un texto otomano eran las pequeñas marcas gramaticales turcas antes mencionadas****.
Por lo que respecta al nombre de la lengua, sólo a partir del periodo reformista que se inicia en 1839 algunos autores empiezan a denominar a la lengua del Estado como «lengua otomana» (Lisan-i Osmani). El término «otomano» había pasado, a lo largo de los siglos, de referirse sólo a una dinastía a designar al conjunto del Estado, su sociedad y su lengua. Este cambio está relacionado con dos factores: en primer lugar las reformas pretendían superar el sistema de los millet (minorías) y crear una ciudadanía común otomana. La designación de la lengua oficial como homónima del Estado contribuiría a consolidar esa identificación ciudadana. Recordemos que el imperio estaba lleno de ciudades multilingües, donde millones de súbditos tenían como primera lengua el griego, el árabe, el armenio, el kurdo, el judeoespañol, el eslavo del sur, etc.
Por otra parte, el término «turco» como categoría étnica había adquirido un cierto desprestigio entre la élite otomana. Por diversos motivos había pasado a designar a las masas campesinas o incluso nómadas de Anatolia, y era rechazado o por lo menos ignorado por importantes sectores del medio urbano. El escritor Şevket Süreyya Aydemir, que sirvió en el ejército otomano durante la Primera Guerra Mundial, recuerda en sus memorias con desesperación cómo a la pregunta de «¿cuál es nuestra nación?» recibió todo tipo de respuestas inconexas por parte de los soldados del pelotón al que tenía que instruir. Cuando insistió «¿acaso no somos turcos?» la respuesta de la tropa fue unánime: Estağfurullah! («Por el amor de Dios, ¡nada de eso!»)
En realidad sólo paulatinamente a partir del último tercio del s.XIX el término «turco» había empezado a ser reivindicado como categoría étnica y nacional por parte de las élites otomanas, y con ese nombre quedó consagrada la lengua oficial del Estado en la Constitución de 1876. El intelectual albano-turco Şemseddin Sami explicaba la cuestión en 1881 acudiendo a una analogía con el mundo germánico de su época según la cual «turco» sería a «otomano» lo que «alemán» era a «austriaco». Austriacos eran todos los súbditos del Imperio Austrohúngaro, no necesariamente germanos. Alemanes en cambio eran los miembros de una comunidad cultural y lingüística que rebasaba con mucho las fronteras del imperio, tal y como sucedía con los turcos, presentes no solo en el Imperio Otomano, sino también en Persia, el Cáucaso, Asia Central, etc. Para Sami no quedaba duda de que «turco» era «un término que debería ser motivo de orgullo».
Con la proclamación de la República de Turquía, el nacionalismo turco exacerbaría hasta el extremo la dicotomía turco / otomano, y no sólo en el dominio de la lengua. Lo «otomano» pasó a estar proscrito, como sinónimo de atraso social, económico y cultural. Y tras el cambio de alfabeto se consagró la denominación de «otomano» para la antigua lengua oficial, vehículo y reflejo de ese mismo atraso.
La «nacionalización» (turquización) de una ciudadanía multilingüe que en grandes áreas aún ignoraba la lengua oficial, todavía tardaría más tiempo, en un proceso no exento de violencia y coerción, que aún sigue abierto***** y sobre el que sigue sobrevolando la sombra del antiguo imperio.
Y solo en fechas muy recientes el discurso público de Turquía ha empezado a matizar la oposición tajante entre lengua turca y otomana. El actual gobierno turco ha emprendido una revisión del legado otomano bajo una luz más favorable. En este contexto la lengua del imperio otomano ha empezado a ser vista como una etapa más en la historia de la lengua turca, y no solo como una simple usurpadora elitista y artificiosa . Desde 2012 el Ministerio de Educación apoya, a través de la Fundación Hayran Vakfi, cursos gratuitos de lengua otomana, presenciales y en línea, que están cosechando un éxito asombroso. Y desde 2014 el «turco otomano» se ha convertido, con dos horas lectivas semanales, en asignatura obligatoria para varios cursos del bachillerato en Ciencias Sociales, una medida que despertó no pocas reticencias en amplios sectores del país.
En futuras entradas veremos cómo la naciente República de Turquía emprendió en el primer tercio del s.XX diversas reformas de profundísimo calado que afectaron a la lengua oficial del país y que algunos autores han calificado de «éxito catastrófico».
* Por citar sólo dos ejemplos, a finales del s.XV Juan de Mena llama al castellano «rudo y desierto romance», y el propio Antonio de Nebrija creía que era una lengua «pobre en palabras».
** Por ejemplo, las palabras españolas «pera», «alimaña», «querubín», «espagueti» o «talibán» eran en su origen plurales de sus respectivas lenguas.
*** Ambas formas contrastan con la forma turca moderna para Ciencias naturales, Doğa bilimleri, que veremos con más detalle cuando tratemos la reforma lingüística.
**** Los textos náuticos, más específicos pero de gran importancia en el devenir del Imperio, estaban en cambio plagados de italianismos y helenismos, como puso de manifiesto la magna obra de Renée Kahane y Andreas Tietze.
***** Por ejemplo, según los resultados de una encuesta llevada a cabo en 2008, unos 1,5 millones de ciudadanos turcos, principalmente de lengua materna kurda, no eran competentes en turco.
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